martes, 17 de mayo de 2016

EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE

Al fin llegamos al puerto de Civitavecchia (Italia). Después de casi dos días enteros en el crucero, atracamos con una ilusión increíble por tener un viaje inolvidable. Sólo quedaba un último paso para llegar a tierra italiana: pasar el control de seguridad; eramos alumnos, no teníamos nada que ocultar. Entramos al control, había varios guardias de aduana y un perro policía. Fuimos pasando ordenadamente, como debía ser.

Al pasar por el perro policía para que me olfateara, no tuve otra cosa mejor que hacer que acariciarlo mientras no miraba el policía. Al seguir mi camino el perro se vino detrás, supongo que mi gesto de cariño le llamaría la atención. Este seguimiento del canino hizo girarse al agente. Me llamó y me señaló con su dedo la dirección de un cuarto, pensando que me había olido alguna substancia ilegal. Yo, al no saber hablar en italiano ni tener la oportunidad de expresarme, obedecí y entre en el cuarto.

Una vez dentro, el agente empezó a interrogarme y a cachear todo mi cuerpo. El perro me olfateo de nuevo y, como era de esperar, no encontró nada. Aquel hombre no paraba de agobiarme intentando sacarme algo que no tenía. Yo, reía porque sabía que no tenía nada, también por nervios. Después de unos minutos, el agente pareció más calmado. Le intenté explicar como había sido el momento de acariciar a su perro sin que él lo viera, creo que acabó entendiéndome.

Finalmente me volví a poner mi ropa, cogí mi mochila y salí con todos mis compañeros para disfrutar lo que, por ahora, ha sido el viaje de mi vida.

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