Al fin llegamos al puerto de Civitavecchia (Italia). Después de casi dos días enteros en el crucero, atracamos con una ilusión increíble por tener un viaje inolvidable. Sólo quedaba un último paso para llegar a tierra italiana: pasar el control de seguridad; eramos alumnos, no teníamos nada que ocultar. Entramos al control, había varios guardias de aduana y un perro policía. Fuimos pasando ordenadamente, como debía ser.
Una vez dentro, el agente empezó a interrogarme y a cachear todo mi cuerpo. El perro me olfateo de nuevo y, como era de esperar, no encontró nada. Aquel hombre no paraba de agobiarme intentando sacarme algo que no tenía. Yo, reía porque sabía que no tenía nada, también por nervios. Después de unos minutos, el agente pareció más calmado. Le intenté explicar como había sido el momento de acariciar a su perro sin que él lo viera, creo que acabó entendiéndome.
Finalmente me volví a poner mi ropa, cogí mi mochila y salí con todos mis compañeros para disfrutar lo que, por ahora, ha sido el viaje de mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario