Era un sábado por la mañana, cuando un niño decidió romper con sus costumbres sabatinas para acompañar a su padre al trabajo. Iba a ser un largo día y tanto él como su padre lo sabían. Al niño no le importaba, puesto que quería pasar esa mañana junto a su padre.
Al caer la tarde llega la hora del descanso del padre para comer junto a su hijo. Al pasar un rato, ya acabada la hora de comer, es tiempo de que el padre vuelva a trabajar; pero el niño ya estaba un poco cansado de estar tanto tiempo sin hacer nada y a su padre todavía le quedaban cosas por hacer. El padre entiende el aburrimiento del niño y decide llevarlo a una sala de diversiones que está cerca de su sitio de trabajo hasta que culmine su día laboral.

Al pasar algunos minutos, luego de que el niño se calmara, llamaron al padre al trabajo para informarle de lo sucedido. El pequeño, mientras su padre llegaba, quiso acercarse hasta el castillo nuevamente, pero sin entrar en él. En ese momento, luego de haber pasado un rato tan desagradable y haber sacado al padre del trabajo pensando que era una situación de urgencia, el niño se dio cuenta que solo tenía que subir unas escaleras para salir de aquel incómodo lugar.
Fue un momento angustioso, pero también un poco absurdo.
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